28 marzo 2011

Buenos días.

El póster de James Dean de mi habitación me da los buenos días, qué tal se encuentra, ha descansado bien, quiere que le prepare un café.
El ordenador colocado en el escritorio me da los buenos días, qué tal se encuentra, ha descansado bien, le pongo un poco de música mientras se viste para que se le haga más amena la idea de abandonar las sábanas.
El cenicero también me da los buenos días, qué tal se encuentra, ha descansado bien, apague aquí las colillas del pitillo que acompaña a su café mañanero.
El cielo (normalmente nublado) de Compostela tampoco falla a la cita de saludarme tras despertar, qué tal se encuentra, ha descansado bien, no se pierda detalle de mi estado para saber qué escoger en el armario antes de salir a la calle y llevarse sorpresas desagradables.

Y harto de que mi póster, mi portátil, mi cenicero y el omnipresente cielo me den los buenos días, me pregunto cuándo me los darás tú, cuándo te dignarás a mirarme desde el otro lado de la cama y sonreírme al darte cuenta de que estoy ahí, incluso sin que tengas que decir las dos palabras.