21 junio 2012

Preámbulo.

Se quitó la sonrisa porque le hacía daño en las comisuras de sus labios. La guardó en el primer cajón de la mesita de noche, dentro de una caja que cerró con dos vueltas de una pequeña llave dorada, y decidió mantenerla en aquel oscuro lugar hasta que curasen las heridas y renaciese de sus cenizas.

Las hojas pasaron de marrones a verdes pero la mueca insípida y vacía seguía inmutable pese a los intentos. La llave se había estancado y, por más que la girase, la cajita no parecía estar por la labor de liberar su contenido. Y es que la llave sabía que después de tanto tiempo no valía la pena abrirla para encontrar a su habitante sin vida.

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