15 julio 2009

A San José los ratones le han comido los calzones.

(Hoy escribo desde la profunda ira que siente mi ser, así que no me lo tengan en cuenta)

1. Hoy me desperté creyendo que la luz se había ido, porque el despertador no marcaba ninguna hora. Como al despertarnos no regimos por las leyes de la lógica, le di al interruptor de la luz, pese a creer que se había ido. Pero esta se encendió. Entonces recordé que me había despertado en medio de la noche con la figura de mi padre rondando por la habitación. Y es que mi padre, al llegar del trabajo, se dedica a entrar en las habitaciones ajenas apagando regletas -como si fuese el hombre del saco o el cuco- estén en uso o no. Hasta ahora sólo apagaba la que queda justo a la entrada, donde normalmente sólo está enchufada la televisión y el portátil, por lo que no importa porque no los dejo encendidos de noche (sin wi-fi, ¿para qué?), pero la del escritorio tiene entre otros aparatos el despertador, y lógicamente esa sí me importa, porque me gusta despertarme sabiendo qué hora es, y por su posibilidad de alarma. Y aún así, al decírselo a mi padre, se atrevió a decirme que como si no hubiese otras formas de poner una alarma. Para lo que no hay otras formas, por lo que veo, es para que finjas ser un ente inteligente. Lo peor de todo es que, si lo hubiese usado hoy de despertador por tener que ir a algún sitio, la culpa no sería de mi padre por apagármelo, sino mía por no haber usado otro aparejo como alarma. A quién se le ocurre, poner una alarma en el despertador...

Aunque con los antecedentes que hay en esta casa, no me asombra. Mi despertador siempre es el que sale peor parado. Todos lo desconectan, y nadie lo vuelve a poner en hora. Poner en hora el despertador es algo que DETESTO porque sus botones son odiosos y tienes que poner los dedos en una postura exacta para que funcionen, y a veces puede ser muy incómoda. Retraso la situación hasta el máximo, para ver si el culpable se da por aludido. Iluso de mí.

2. Por la tarde escribí en el otro blog sobre Daniel Radcliffe e hice un amago de chiste sobre el cáliz de fuego, que es el título del cuarto libro de la saga, y me dirigí al estante donde guardo todos los libros por si había tenía un lapsus linguae, aunque sabía perfectamente que lo había escrito bien. Delante de ellos tengo algunos productos contra el acné, y a uno de ellos se le había estropeado la tapa (la giré demasiado y saltó. Nunca me pasa nada cuando hacen esto, pero esta vez por causas desconocidas la tapa lo petó demasiado y no cierra) así que estaba sin tapar y acostado, con la tapa delante. Cuál es mi sorpresa cuando lo veo tapado y erguido. Os podéis imaginar lo que pasó: el líquido desparramado, y mis libros manchados, algunos de ellos inexplicablemente por en medio de los bordes y no sólo por abajo. La piedra filosofal ahora tiene una mancha horrible en la esquina inferior izquierda, de la portada aún por encima. Obviamente todos estos hechos fueron negados, y lo que es peor, mi madre dijo que pudo haber sido mi primita, que a veces se pone a jugar con los botes pero nunca los destapa y mucho menos les pone las tapas de vuelta, sólo los pone en el suelo para luego devolverlos a su lugar. Desordenados, claro.

3. Después de cinco minutos quitando pringue tanto de la mesita de noche que no uso como mesita de noche y de los libros, seguí escuchando música y al rato me levanté, porque cuando me emociono cantando me levanto y sigo cantando de pie. No sé cómo puse la vista en las "bolas de nieve" (tienen cositas brillantes en lugar de falsos copos), una de ellas del Empire State Building y la otra de Disneyland Paris, regalo de Julia. El estante (el superior) estaba lleno de polvo, y cogí las bolas para limpiarles los bordes en los que se acumulaba esta fastidiosa y horrenda materia. La bola de Disneyland estaba escachada por la parte de plástico, como si alguien la hubiese cogido y le hubiese dado un golpe tremendo. Otra vez, hechos negados, "puede ser por el paso del tiempo". Claro, que es de los años 50 y tiene un valor incalculable.

4. En mi casa, por razones que todavía me sigo preguntando, no guardan el calzado en las habitaciones, sino en las escaleras que van al ático. Yo, desde hace un par de años, guardo parte de mi calzado en la habitación, en concreto las zapatillas de andar por casa, y los dos pares que haya usado más recientemente, debajo del escritorio. Pero siempre acabo helándome los pies por tener que ir en busca de las zapatillas a las escaleras. Repito una y otra vez que si dejo ahí el calzado no quiero que nadie se lo lleve. Entra por un oído y sale por el otro.

5. Si hay algo que odio en este mundo es tener la ventana de mi habitación abierta. Me da igual en las demás habitaciones, en los pisos de estudiante, en casas ajenas, lo que sea, pero no en mi habitación. En parte es porque tengo el escritorio justo debajo de la ventana, haciendo esquina con dos paredes, y se llena absolutamente de polvo. Si ya de por si mi habitación coge polvo a raudales, con la ventana abierta el proceso se acelera. De vez en cuando, encima viene acompañado de moscas. Normalmente me la abren cuando me hacen la cama (sí, en casa me siguen haciendo la cama, tener dos amas de casa es muy traumático, sobre todo si tienes que aguantarlas discutiendo por quién hace qué) y yo la cierro poco después, teniendo que soportar las voces de "déjala abierta más tiempo". A veces, salgo un minuto al baño y la ventana está abierta. Salgo a dar una vuelta y al volver la ventana está abierta. Voy por la mañana a Santiago y al volver la ventana está abierta y el despertador acosado, negro por naturaleza, está medio blanco.

6. La mitad de las perchas de mi armario tienen ropa de mi madre. Además, es donde se guarda la ropa para planchar. A veces hay tanta ropa para planchar que literalmente no puedo sacar mi propia ropa sin ocasionar un alud textil. Llevo tres años intentando que mi madre la guarde en otro sitio. Al parecer no hay otro lugar en toda la casa. No importa que mi abuela sólo use dos pantalones y tres chaquetas y tenga un armario tan grande como el mío, ni que en su habitación haya dos puffs y una cama sin usar sobre los cuales se puede posar perfectamente, ¡qué va! Jodamos al niño, que si no tuviese suficiente con las intromisiones frecuentes en su cuarto también tiene que soportar que entren constantemente en él (siempre sin llamar, ¡y ni se le ocurra a usted pedir a su abuela que llame antes de entrar ni en su habitación ni al baño, que es una falta de respeto, oiga!) porque necesitan coger cosas que no estarían allí si se tratase de una casa normal con inquilinos normales.

Conclusión: debería dejar de llamarla "mi habitación" para pasar a definirla como lo que es en realidad: un cuarto comunitario donde cualquiera puede hacer lo que le dé la gana, porque total, como nadie habita en él...

¿A alguien le extraña ahora que esté tan loco? Lo extraño es que no le dé a la bebida, joder.

3 comentarios:

  1. yo también odio las ventanas abiertas y mi armario está invadido por ropa de mi padre y de mi madre. si tuviera un hermano, también habría ropa suya ahi. y sobre la crema, es una putada. me alegro muchisimo de haber dejado hace 4 años de usar productos para el acné!
    si te sirve de consuelo, la intimidad en mi casa es de mentira :(

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  2. Coincido con la frase que concluye el comentario de Cristina.

    En fin, bihco. Qué te voy a contar que no sepas ya...

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  3. Oye pues cuando vaya a Galicia a pasar una noche, ¿puedo alquilar tu habitación? bueno da igual, si no, entraré directamente xD

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Mis gafas azules te vigilan, cuidado con lo que dices.