30 mayo 2013

El eterno ignorado.

Cuando emprendió su gran huida supo que era para no volver, para no volver jamás. Cuando las luces de la ciudad se hicieron más pequeñas que un ciempiés, desafió la gravedad. Y saltó hasta el infinito. Pero ni por esas se convirtió en un mito.

28 mayo 2013

El chico sin color.

Guardaba las acuarelas en el segundo cajón de una mesita de noche que ya nadie utilizaba. A su lado, las llaves de un armario vacío donde antaño coleccionaba decenas de camisetas con más colores que el arcoíris. En su televisor solo se reproducían clásicos de inicios del siglo XX. Odiaba tanto el color que se pintaba la cara de blanco y únicamente leía periódicos viejos.

23 mayo 2013

Casa.

Primero fueron las dos últimas gotas del grifo de la cocina. Las hojas sucias de la lechuga seguían amontonadas a un lado de la encimera, encima de un papel humedecido. El bote de la sal estaba abierto y su contenido se mezclaba con el polvo. Le siguieron dos parpadeos de una pequeña bombilla de luz blanca. Le gustaba más que la amarillenta pues le parecía más nítida, más pura, sencillamente más lumínica. Cogió una vela y prendió el mechero, al que le quedaban escasas chispas de vida. Había dejado de fumar y desde meses atrás no se prevenía de hacedores de fuego. No le gustaban nada las cerillas, demasiado perecederas para alguien que soñaba con ser inmortal. Miró a la calle y todo permanecía inmóvil. Que una ventana se dejase de iluminar de repente no cambiaba el aspecto de la ciudad. Apenas era perceptible para quien pasase por la acera contraria. Todos pensarían que esa persona se había ido a dormir o a otra disposición de la vivienda. Nunca creerían que estaba en peligro de tener que dejar de llamar "casa" a su casa.

21 mayo 2013

Lamentaciones.

Los ecos en la madrugada lo despertaron. Eran las repeticiones de un llanto procedente de ninguna parte. Se calzó las zapatillas e hizo sonar bruscamente la persiana. Volvió a su posición original y se tapó con la manta hasta por debajo de las axilas. Sus días ya eran lo bastante trágicos como para que un desconocido interrumpiese sus dulces sueños con lamentaciones.