22 agosto 2013

Sueños a bordo de planetas

Ilustración de Begoña Fernández

Darío se durmió a la hora de siempre. Primero de todo, leyó un par de páginas de un libro de cuentos que se había llevado de la biblioteca de la escuela como préstamo estival, y cuando sus ojitos empezaron a cerrarse sin remedio, lo dejó en la mesa de noche junto a su flauta. Apagó la luz y, escasos minutos después, el pequeño ya estaba soñando. Se imaginaba a sí mismo sobre un planeta, muy similar a Marte, que rotaba bajo sus pies. La esfera era de su mismo tamaño, seguramente porque hacía poco que había leído “El Principito” y la imagen se le había quedado grabada en la mente. Tenía una camiseta verde, unos pantaloncitos azules y unos zapatos marrones. Sin él saberlo, estaba hecho todo un moderno al mezclar ropa de verano con calzado de invierno. En sus manos sujetaba su instrumento, que no dejaba de tocar en su deriva interplanetaria. Mientras tanto, se le iban acercando monstruos de un solo ojo y seis narices (que dejaban a su paso un rastro de babas), pájaros con cuatro ojos y cuatro patas, o un extraño ser parecido a una ardilla que se había puesto a rodar por su Marte particular en el extremo opuesto. “¡Ay, que se va a caer!”, pensaba Darío al verlo sin atender a la fuerza de la gravedad.

(Extracto de El Astroflauta, cuento en elaboración)

30 mayo 2013

El eterno ignorado.

Cuando emprendió su gran huida supo que era para no volver, para no volver jamás. Cuando las luces de la ciudad se hicieron más pequeñas que un ciempiés, desafió la gravedad. Y saltó hasta el infinito. Pero ni por esas se convirtió en un mito.

28 mayo 2013

El chico sin color.

Guardaba las acuarelas en el segundo cajón de una mesita de noche que ya nadie utilizaba. A su lado, las llaves de un armario vacío donde antaño coleccionaba decenas de camisetas con más colores que el arcoíris. En su televisor solo se reproducían clásicos de inicios del siglo XX. Odiaba tanto el color que se pintaba la cara de blanco y únicamente leía periódicos viejos.

23 mayo 2013

Casa.

Primero fueron las dos últimas gotas del grifo de la cocina. Las hojas sucias de la lechuga seguían amontonadas a un lado de la encimera, encima de un papel humedecido. El bote de la sal estaba abierto y su contenido se mezclaba con el polvo. Le siguieron dos parpadeos de una pequeña bombilla de luz blanca. Le gustaba más que la amarillenta pues le parecía más nítida, más pura, sencillamente más lumínica. Cogió una vela y prendió el mechero, al que le quedaban escasas chispas de vida. Había dejado de fumar y desde meses atrás no se prevenía de hacedores de fuego. No le gustaban nada las cerillas, demasiado perecederas para alguien que soñaba con ser inmortal. Miró a la calle y todo permanecía inmóvil. Que una ventana se dejase de iluminar de repente no cambiaba el aspecto de la ciudad. Apenas era perceptible para quien pasase por la acera contraria. Todos pensarían que esa persona se había ido a dormir o a otra disposición de la vivienda. Nunca creerían que estaba en peligro de tener que dejar de llamar "casa" a su casa.

21 mayo 2013

Lamentaciones.

Los ecos en la madrugada lo despertaron. Eran las repeticiones de un llanto procedente de ninguna parte. Se calzó las zapatillas e hizo sonar bruscamente la persiana. Volvió a su posición original y se tapó con la manta hasta por debajo de las axilas. Sus días ya eran lo bastante trágicos como para que un desconocido interrumpiese sus dulces sueños con lamentaciones.

12 abril 2013

Semana Santa (fragmento).

Los grillos cantan su saeta
Oxidada y obsoleta
Al son de un gran tambor

Cómo nos gusta hacernos daño
Parecemos un rebaño
Guiado por el buen pastor

Pasean sus espaldas desnudas
Muestran grandes rasgaduras
En ofrenda al redentor

Los grillos cantan su saeta
Es su arma más secreta
Por momentos hasta parece una canción de amor

14 febrero 2013

Croquetas por San Valentín.

-Feliz San Valentín.

-Yo también te felicito.

-¿Cómo?

-Siempre me ha parecido que estaba bien resaltar las cualidades de uno.

-¿Por qué lo dices?

-(Pausa) ¿Sabes? Tienes la capacidad de hacerme sentir, en distintos momentos del día, la persona más feliz o la más desgraciada del mundo, y eso no es nada fácil.

-¿Estás de coña?

-Hablo completamente en serio.

-No estoy nada de acuerdo contigo, sabes que te quiero con locura.

-Me pondría a explicarte, uno a uno, todos los detalles que me hacen dudar a diario de la veracidad de tus cumplidos. Por desgracia, tendremos que posponer la charla, ya que voy a llegar tarde a clase.

-Ya hablaremos cuando vuelvas. No te entretengo. Que te salga bien el examen.

-Que nos salga bien lo nuestro, me parece más importante. Por cierto, he quedado a comer con mis amigas. ¿Sabrás calentar las croquetas que hay en la nevera?

11 febrero 2013

Idea de argumento para una sitcom.

A mí nunca nadie me había dicho las cosas que hacía mal, por lo que seguía cocinando la verdura sin lavarla de antemano, dejando la ropa a secar al Sol sin darle la vuelta o pronunciando palabras malsonantes en la Iglesia cuando iba a catequesis. Aunque, a decir verdad, de aquellas ya algunas señoras mayores se escandalizaban y me dedicaban sus miradas más amenazantes, probablemente preguntándose qué clase de educación había recibido.

Hasta que un día un caballero justiciero me gritó en la cola de la charcutería por comenzar a dictarle mi pedido a la dependienta sin haber esperado el turno correspondiente. Aquel hecho cambió por completo mi vida y desde entonces los vestidos ceñidos han sido sustituídos por un flojo hábito sobre el cual no se puede adivinar la esbeltez de mi figura por la que tantos hombres suspiraban en mis paseos por la Gran Vía. He sentido la llamada del Señor y ahora dedico mi vida a enmendar todos los errores que mi egoísmo ha provocado desde un pequeño convento de Alcobendas al que he sido destinada. Dudas de fe, líos de faldas en los confesonarios y muchas mañanas de sábados preparando bizcochos y galletas son el día a día de mis hermanas y yo. Una gran familia en la que, como en toda casa de vecino, no faltan las discusiones o los tirones de pelos. Y todo ello con la Salve al volumen máximo del iPod.

23 enero 2013

Hagan sus apuestas.

Como un caballo perdedor, avanzábamos en la carrera y nos veíamos sometidos a la derrota de la medalla de plata. Un puesto más que digno para algunos, pero que nosotros no nos podíamos permitir. Dejamos que la competición siguiese su curso y pese a no recibir los halagos de una victoria que nunca hubo, seguimos avanzando todos los metros necesarios una vez las gradas se vaciaron y no se escuchaba el griterío de aquellos que habían puesto nuestros nombres en sus quinielas. Pero esa no era ni la menor de nuestras preocupaciones. Avanzamos, corrimos y sortamos todos los obstáculos hasta que aprendimos que las verdaderas victorias son aquellas que suceden en solitario, cuando las circunstancias lo requieren e incluso cuando ninguna de esas papeletas marca nuestros nombres. Cuando no hay nadie viéndonos cruzar la meta ni los periódicos recogen nuestro triunfo.

06 enero 2013

Desde el borde.

Me gustaría poder gritar su nombre y que, como dice la canción de Christina Rosenvinge, apareciese a mi lado en cuestión de microsegundos. El mismo tiempo de intimidad que compartimos en un recuerdo agridulce que, sin ningún tipo de pretensiones, se convirtió en un portal hacia universos paralelos donde la realidad tenía mucha mejor pinta. Un universo donde la realidad era apetecible, los días llenos de sonrisas y los microsegundos pasaron a entrelazarse como partículas, con la finalidad de formar un infinito que poco a poco iba cogiendo forma cuando, al colocarnos en el extremo de la línea, esta automáticamente crecía como por arte de magia. Así que, mientras contemplábamos el espectáculo, nos cargábamos de abrazos y caricias en lugar de Coca-Cola y palomitas, porque mientras que es difícil encontrar más espacio en nuestros estómagos para albergar más de un tope de sustento, no existen límites a la hora de dar y recibir afecto. Y si existen, nosotros no lo teníamos. Ni lo tenemos. ¡Ni lo tendremos!