06 enero 2013

Desde el borde.

Me gustaría poder gritar su nombre y que, como dice la canción de Christina Rosenvinge, apareciese a mi lado en cuestión de microsegundos. El mismo tiempo de intimidad que compartimos en un recuerdo agridulce que, sin ningún tipo de pretensiones, se convirtió en un portal hacia universos paralelos donde la realidad tenía mucha mejor pinta. Un universo donde la realidad era apetecible, los días llenos de sonrisas y los microsegundos pasaron a entrelazarse como partículas, con la finalidad de formar un infinito que poco a poco iba cogiendo forma cuando, al colocarnos en el extremo de la línea, esta automáticamente crecía como por arte de magia. Así que, mientras contemplábamos el espectáculo, nos cargábamos de abrazos y caricias en lugar de Coca-Cola y palomitas, porque mientras que es difícil encontrar más espacio en nuestros estómagos para albergar más de un tope de sustento, no existen límites a la hora de dar y recibir afecto. Y si existen, nosotros no lo teníamos. Ni lo tenemos. ¡Ni lo tendremos!

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Mis gafas azules te vigilan, cuidado con lo que dices.