14 abril 2012

Sueños.

Escondí bajo tu almohada tres cápsulas oníricas para que las pudieses usar inmediatamente después de despertarte de un sueño. La primera era la cápsula del olvido, para que el mal trago generado por una pesadilla dejase de comerte por dentro. La segunda, totalmente opuesta, la del recuerdo, para que aquel sueño que temas poder olvidar quede guardado en esa cápsula y lo puedas volver a ver cuando desees. La tercera y última, la de la realidad. De este modo podrías hacer que aquel sueño que más anheles se convierta en verdad. Como las cápsulas sólo tienen un uso, deberás elegir bien qué sueño quieres introducir en cada cápsula para no poder tener remordimientos y arrepentirte una vez hecho.

A la semana siguiente me enteré de que ya las habías utilizado todas. Aunque no podría estar más en desacuerdo con el resultado final.
En la cápsula del recuerdo ahora vive una pesadilla, ya que consideraste muy útil poder revivir una y otra vez aquella historia macabra que pudiese impulsar tus leves aspiraciones artísticas.
En la de la realidad decidiste dar alas a tu vena capitalista y el sueño que tiene todo el mundo en que le toca la lotería hizo que ahora vivas en la abundancia.
Y la cápsula del olvido la utilizaste un martes después de haber quedado conmigo. Soñaste que la velada no se había terminado en aquel bar ni aquel día, y te decidiste por borrar cualquier lazo que te uniese con la aceptación de que buscas algo más que encuentros fortuitos sin más.

Y yo, como siempre, acabo siendo el máximo afectado.
En mis decisiones y en las ajenas.