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07 agosto 2012

Canción de verano.

Tu piel sabe a salitre sin haber pisado la playa. Abres los ojos, alzas la vista y estiras los pies, remolón, perezoso, hasta alcanzar la verticalidad de una bailarina profesional. Pero tu piel sabe a salitre pese a no haber pisado la playa y lo demás no importa, porque no hueles a un perfume ajeno ni los bolsillos de tu pantalón albergan sospechosas tarjetas de contacto con un número de teléfono apuntado a mano. Pero hueles a salitre y en tus oídos retumban los graznidos de las gaviotas. Tus labios todavía no se han despegado del todo de un ligero sabor a cóctel cítrico, pero dulce, y tu pelo está más claro que de costumbre. Hoy es 7 de noviembre en el hemisferio norte, en un pueblo perdido entre montañas, donde la calefacción está al orden del día y las carreteras comienzan a ser el mayor enemigo público. Y hueles a salitre. Y me desconciertas. Y me aturdes. Y me desarmas. Y me susurras algo al oído pero no entiendo ni una palabra, porque en mi cabeza sólo suena una y otra vez una vieja radio adornada con una guirnalda, que habla de rayos, de arena y de barbacoas. Y me abstraigo. Y me obceco. Y me despierto y te veo tumbado en la cama, con la misma verticalidad de la bailarina en tus pies, casi desnudo, y me besas en la frente en cuanto ves que mis ojos están abiertos. Mirándote atentamente, estudiándote, escaneándote, para grabar tu imagen con todo lujo de detalles. Y sonrío levemente ante tu gesto de cariño, mientras cojo el teléfono móvil y elimino el último mensaje de la bandeja de entrada.

14 abril 2012

Sueños.

Escondí bajo tu almohada tres cápsulas oníricas para que las pudieses usar inmediatamente después de despertarte de un sueño. La primera era la cápsula del olvido, para que el mal trago generado por una pesadilla dejase de comerte por dentro. La segunda, totalmente opuesta, la del recuerdo, para que aquel sueño que temas poder olvidar quede guardado en esa cápsula y lo puedas volver a ver cuando desees. La tercera y última, la de la realidad. De este modo podrías hacer que aquel sueño que más anheles se convierta en verdad. Como las cápsulas sólo tienen un uso, deberás elegir bien qué sueño quieres introducir en cada cápsula para no poder tener remordimientos y arrepentirte una vez hecho.

A la semana siguiente me enteré de que ya las habías utilizado todas. Aunque no podría estar más en desacuerdo con el resultado final.
En la cápsula del recuerdo ahora vive una pesadilla, ya que consideraste muy útil poder revivir una y otra vez aquella historia macabra que pudiese impulsar tus leves aspiraciones artísticas.
En la de la realidad decidiste dar alas a tu vena capitalista y el sueño que tiene todo el mundo en que le toca la lotería hizo que ahora vivas en la abundancia.
Y la cápsula del olvido la utilizaste un martes después de haber quedado conmigo. Soñaste que la velada no se había terminado en aquel bar ni aquel día, y te decidiste por borrar cualquier lazo que te uniese con la aceptación de que buscas algo más que encuentros fortuitos sin más.

Y yo, como siempre, acabo siendo el máximo afectado.
En mis decisiones y en las ajenas.

21 diciembre 2008

Un par de gafas posadas sobre la mesita de noche.

Los sueños son proyecciones de nuestros mayores anhelos, la mayoría de las cuales nunca veremos realizadas. Sin embargo, las pesadillas actúan como una alarma de reloj que nos indica que, por mucho que intentemos ocultarlo, nuestros temores son reales, están presentes, y se pueden manifestar en el momento menos pensado.

Quizás deberíamos rendirnos en el camino de la búsqueda de la felicidad. Aunque también quizás los sueños sean, en última instancia, un auto-recordatorio para que no dejemos de luchar por lo que más deseamos.

Y también quizás por eso mismo yo nunca me acuerdo de los míos.