11 febrero 2013

Idea de argumento para una sitcom.

A mí nunca nadie me había dicho las cosas que hacía mal, por lo que seguía cocinando la verdura sin lavarla de antemano, dejando la ropa a secar al Sol sin darle la vuelta o pronunciando palabras malsonantes en la Iglesia cuando iba a catequesis. Aunque, a decir verdad, de aquellas ya algunas señoras mayores se escandalizaban y me dedicaban sus miradas más amenazantes, probablemente preguntándose qué clase de educación había recibido.

Hasta que un día un caballero justiciero me gritó en la cola de la charcutería por comenzar a dictarle mi pedido a la dependienta sin haber esperado el turno correspondiente. Aquel hecho cambió por completo mi vida y desde entonces los vestidos ceñidos han sido sustituídos por un flojo hábito sobre el cual no se puede adivinar la esbeltez de mi figura por la que tantos hombres suspiraban en mis paseos por la Gran Vía. He sentido la llamada del Señor y ahora dedico mi vida a enmendar todos los errores que mi egoísmo ha provocado desde un pequeño convento de Alcobendas al que he sido destinada. Dudas de fe, líos de faldas en los confesonarios y muchas mañanas de sábados preparando bizcochos y galletas son el día a día de mis hermanas y yo. Una gran familia en la que, como en toda casa de vecino, no faltan las discusiones o los tirones de pelos. Y todo ello con la Salve al volumen máximo del iPod.

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