14 julio 2009

El transporte público es para frikis.

En el transporte público te puedes encontrar con gente muy extraña. Estamos las personas como yo, que somos más raros que un pelo en la planta del pie pero que nos comportamos civilizadamente, y están aquellos a los que le gusta dar el cante, o que se sienten mejor cuando se hacen notar, o cuyas neuronas simplemente han sufrido demasiado daño (quizás de fábrica).

¿Cuántos de vosotros habéis tenido que soportar que otro pasajero ponga su música, porque le sale de las narices, a todo volumen, molestando a todo ser viviente que comparte su vagón barra autobús barra whatever? Hace unos meses un gitano disfrutaba con Chambao en la estación de Vilagarcía. Lo más gracioso era, aparte de su estrafalaria vestimenta, que se quedó de pie en la entrada, que como sabréis los asiduos de Renfe tiene puertas con sensor, y mirando al vacío aka la pantalla del móvil los cuatro minutos que debió durar la canción. La semana pasada en el autobús, un joven mozo se dedicó a torturar mis pobres oídos, desprotegido uno de ellos por llevar dos meses con un auricular estropeado (soy tan vago que no voy a comprar unos nuevos), con la horrenda voz del ser que se hace llamar Melendi. Hoy en el regional alguien estuvo media hora pasando de canción a canción, cada cual más pastillera que la anterior. Lo malo es que entre ellas tenía Poker Face, lo cual me hace maldecir día sí, día también a la industria cultural por hacer a Lady GaGa carne de éxito seguro hasta en poligoneros. Con lo feliz que estaba yo el verano pasado cuando nadie la conocía todavía (me gusta hacerme el importante, como los sujetos del post de hoy, ¿vale? Pues eso).

Pero el día presente tuvo más "anécdotas" (por llamarlas de alguna manera) en medios de transportes. Y es que gracias a un amable conductor de Monbus, temí por mi vida. Bueno, no por mi vida, pero sí por mi paradero. El bus rezaba "Pontevedra-Toxa-G.", lo cual me hizo deducir que, lógicamente, el bus tenía el mismo destino final que yo. Entré con mi billete comprado en la ventanilla, el conductor me lo rasgó sin problemas, y al rato me pareció escuchar que ese autobús no iba a O G., pero que sí iba á Lanzada. Atónito, debido a la ilógica que reinaba en esa frase (A Lanzada, para los que no lo sepáis, es la playa más famosa de mi pueblo, que se sitúa en la entrada del municipio y es, además, la primera parada que hace dicho medio de transporte en tierras grovenses), quise levantarme para preguntárselo, pero me quedé en tal estado de shock que no me di levantado, así que el autobús partió y yo seguí con la incertidumbre. Al rato se subió una mujer con una niña (creo que eran gitanas), que le pidió claramente dos billetes para O G.. Vi que llevaba demasiado tiempo siendo atendida, pero no escuchaba nada. Se sentaron justo detrás de mí y le escucho decir a la mujer "me dio para El G. -sí, El- ¬¬U- pero yo no voy para El G., que voy a la rotonda que hay a la entrada" (la de San Vicente, por si os interesan los detalles). Vamos, que sí, que el autobús iba a O G. y no me tenía de qué preocupar. La mujer le fue a reclamar, a lo cual le contestó el conductor que le había dado el billete para donde lo había pedido, pese a que esta se lo negara (yo la escuché perfectamente decir O G., por si me quiere coger de testigo), y que no le podía cambiar ahora el billete. La mujer volvió a su sitio y lo llamó loco de remate. Él estaría loco, vete tú a saber, pero al menos no tenía alzheimer.

Poco antes de que llegase la mujer con memory issues vi temer la vida de la carpeta que llevé a Santiago (la cual contenía el recibo del contrato, el billete del bus, Desayuno En Tiffany's y un ejemplar de una revista pija que se me dio por comprar) cuando una mujer digamos que muy fuerte, y no porque estuviera gorda sino porque era, cómo decirlo, grande y anchota, casi se sienta encima de ella por no haber mirado antes al asiento. Y eso que había pasado por delante de él, porque retrocedió para sentarse. Pero mis manos fueron hábiles y astutas y lograron hacer el movimiento definitivo para salvarla: llevármela al regazo. Poco después la mujer presionó el botón de Stop y se levantó, pero algo debió fallar en el feedback entre el conductor y las señales que marcan las paradas, porque mi descuidada ex-compañera de asiento, muy rubia, algo morena y con voz de camionero, dijo: "¿A dónde va? Joooodeeeeer", esta última palabra (expresiva donde las haya) con las vocales muy arrastradas, para que se notase su descontento y su mala leche por hacerla caminar 50 metros más (que por cierto, le venían bien, sólo lo digo). Al salir me pareció verla arrojando un papel en llamas, pero eso fue porque estaba medio-dormido. Y yo cuando estoy medio-dormido, escuchando música sólo por la oreja derecha y sin haber comido a las tres y media, veo cosas muy raras.

2 comentarios:

  1. Nos tags falta "historias de autobuses".

    Ai, enténdoche moi ben. Tantos anos usando o transporte público (yo? carné de coche?) dan para ter bastantes historias. A que ti contas, é das peores que pode pasar. Sen comer, con sol ás tres da tarde, dúas horas e media de viaxe.... o peor!!!

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  2. La verdad que en el transporte publico suelen ocurrir cosas muu raras con gente muu rara..., aysss, o q non che pase a ti meu rei... ^^!!!

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Mis gafas azules te vigilan, cuidado con lo que dices.